viernes, 28 de agosto de 2009

El arte en los albores del siglo XXI


Giráldez Andrea.
La competencia cultural y artística,
Alianza Editorial, 2007, Págs. 36-41


El reciente cambio de siglo ha dado pié a replantearse, desde muy diversos ámbitos, el estado actual del arte y a imaginar los desarrollo que éste podrá tener en un futuro más o menos próximo. Varios indicios avalan la hipótesis de que, desde hace más de tres décadas, hemos entrado en una nueva época en la que la modernidad, en su doble acepción de fenómeno artístico y periodo de la cultura occidental, ha dado paso a la cultura postmoderna. La descripción de la comunidad de artistas profesionales realizada por Kim Levin (1988) a finales de la década de 1970 es clara en éste sentido:


Había ocurrido algo tan importante que fue ignorado con incredulidad: la modernidad se había quedado sin estilo. Incluso parecía que la misma idea de estilo se hubiese desgastado, pero sucedía que el estilo –la invención de conjuntos de formas- era precisamente una inquietud propia de la modernidad, al igual que la originalidad. A principios de los años setenta los críticos y artistas modernos prodigaban predicciones funestas acerca de la muerte del arte. Pero en ese momento era obvio que lo que se terminaba no era el arte sino una época.

Esta descripción coincide con la aparición de las distintas corrientes del movimiento postmoderno que comparten la idea de que la renovación radical y lineal de las formas tradicionales del arte impulsada por el proyecto modernista e inviable en la sociedad actual. La sucesión de nuevos estilos, la larga serie de –ismos-, desde el impresionismo o el cubismo hasta el minimalismo. Que solía interpretarse como una prueba del avance progresivo del arte, ha sido cuestionada.

Frente a la búsqueda de un estilo universal, en la que estuvo embarcada la modernidad, los estilos postmodernos son plurales, incluso eclécticos y susceptibles de múltiples lecturas e interpretaciones. El pluralismo extremo del arte actual parece sugerir que el presente no tiene realmente un lenguaje común, sino un inmenso depósito de posibilidades estilísticas y técnicas que los artistas pueden combinar de distintas maneras. Así, el arte de nuestra época no puede enmarcarse dentro de un estilo concreto, sino que debe ser entendido como una especie de –arte global- que puede abarcar tanto las posibilidades estilísticas y técnicas que han existido a lo largo de la historia como las que coexisten en la actualidad.

El análisis que hace Robert Morgan (1994, p. 508) del pluralismo en la música del siglo XX bien puede extenderse a otras expresiones artísticas y servir para ilustrar esta idea. Según Morgan,


(…) tenemos una enorme extensión de subculturas que interactúan y se influyen mutuamente de diferentes maneras pero que sin embargo, permanecen lo suficientemente autónomas como para permitir un desarrollo independiente. Cada una de estas subculturas tiene su propio y especial público al que abastece y del que depende su existencia y crecimiento continuo y cada una tiene también su propio sistema de comunicaciones (…) algunas (…) pueden ser efímeras y disfrutan de un breve periodo de intensa revelación para después caer en el anonimato; otras (…) pueden llegar a disfrutar de extensos periodos de vida sin mostrar ningún signo de debilidad. Algunas son relativamente pequeñas, interesando a grupos muy especializados, mientras que otras abarcan a grandes segmentos de la población. Pero el hecho más sorprendente es que todas ellas parecen capaces de coexistir, generalmente de una forma más o menos pacífica, sin que exista ningún grupo que represente un consenso verdadero y sin que el influjo de uno de ellos, en un momento dado, afecte necesariamente a la salud de otros.

Este pluralismo que caracteriza al arte actual, además de responder a un marcado interés por la integración del pasado y el presente, denota un mayor respeto por la diversidad y enlaza con una visión postmoderna de la cultura condicionada por la idea de que cualquier producción artística debe ser entendida en el contexto de su cultura de origen.


Los postmodernos cuestionan la distinción entre cultura elevada y la cultura en su conjunto y sostienen que su clasificación como producción de tipo popular y étnico por un lado y bellas artes por el otro es falaz en el contexto actual de una sociedad global. (…) La cultura popular, tan denostada por la crítica moderna, adquiere otro rango en la postmodernidad, al reconocerse su valor central en el ámbito de la vida cotidiana.
Efland, Freedman y Sturhr, 2003. Pp. 70-73.

Los impactos de la globalización, el desarrollo tecnológico y la mundialización cultural también han ocupado un en el análisis del arte y las teorías estéticas más recientes. Desde esta perspectiva ha cobrado fuerza la polémica entre arte y mercado, sociedad de consumo y gusto estético. El crecimiento acelerado de la cultura de masas, cuyos orígenes están íntimamente ligados a la cultura juvenil de los años setenta y a su ruptura con los valores tradicionales, ha provocado un malestar cultural. Fajardo (2001 p. 6) se refiere a este hecho al afirmar que:


Anonimato, soledad, extrañamiento, masificación y homogeneización de gustos y actitudes han llevado a los intelectuales a enfrentarse con la cultura de masas, ya que ésta desplaza y desarticula su noción de élite privilegiada. (…) La repulsión frente al arte masivo, el –mal gusto-y el kitsch, se observa en las reflexiones que sobre la industria cultural realizó la Escuela de Frankfurt, especialmente Adorno y Horkheimer, origen de infinidad de posiciones teóricas e ideológicas al respecto. –Cultura de mercado- versus –cultura erudita-; -cultura d masas- versus –cultura culta-. La discusión sobre cuál es el –verdadero-arte, si el promovido por las industrias culturales o el elaborado con la autenticidad de la individualidad creadora, ha sido una de las grandes preocupaciones en las estéticas modernas y sigue atormentando a los postmodernos.

Sin embargo, el mismo arte elevado ha terminado por convertirse, en cierto sentido, en una mercancía y una industria. Los primeros movimientos postmodernos en olas artes visuales, como el Pop Art o el minimalismo, fueron, quizá, un antecedente del proceso que llevó a borrar las fronteras entre arte de élite y arte de masas. Desde entonces, en michos casos, ha sido el mercado el que las ha unido tratando a sus productos como mercancías. En muchas ocasiones el valor del arte queda subsumido en el valor económico y se considera que el arte vale en la medida en que contribuye a la economía. La compra de obras artísticas se extiende como mercado en una población cada vez más amplia mediante la promoción de objetos artísticos -al alcance del bolsillo-. Ante esta realidad, el debate se centra en aclarar si las industrias culturales masivas -privan a la sociedad de pulsiones críticas, generando la banalidad y la trivialidad de los gustos, o más bien abren fronteras, llenan al mundo de una cultura más democrática y asequible a todo el público- (Fajardo, op. cit., p. 6)

En este contexto, es fácil ver que el arte actual ha dejado de estar ligado a las ideas de progreso y a las utopías que, desde la modernidad, impulsaron en su momento una verdadera revolución social. Entre las artes queda algo de las antiguas vanguardias. Las artes siguen siendo creadoras de lenguajes simbólicos que, en mayor o menor medida, difieren de lo ofertado en ciertos productos artísticos más apreciados y deseados por el público. No obstante, tampoco podemos negar que las artes plásticas, la música, el teatro, la literatura o el cine, entre otras expresiones artísticas, han optado por superar las estéticas de la modernidad, apostando por una desacralización de lo que, desde el punto de vista de la estética, podría considerarse como sublime

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