viernes, 28 de agosto de 2009

Arte y Sociedad


Álvarez Lloveras, Guadalupe
Apreciación Artística, IPN, 2001
Págs 23-28.


El arte es un fenómeno sociocultural. Para que halla arte deben de existir el creador, la obra y los receptores o espectadores, sin estos tres, no hay arte. En cuanto a la palabra crear, quiere decir hacer algo no técnicamente pero sí consciente y voluntariamente. Dentro de este individuo creador fluyen los elementos sociales adoptados por él como ciudadano, los factores adquiridos como creador de bienes culturales y los individuales de su propia personalidad.
Las etapas profesionales del creador son: vocación, aprendizaje, adaptación social, proceso creativo y concepción-ejecución de la creación.

En cuanto a las etapas de vocación, aprendizaje y adaptación social, no todos los creadores siguen esta secuencia. En algunos casos l vocación no necesariamente se despierta en la niñez, algunos comienzan a crear en forma casual a la mitad o al final de su vida; algunos tienen cierto aprendizaje con base en un estudio sistematizado, otros no.

Los egresados de estudios artísticos encuentran una sociedad que no habían imaginado. El aprendizaje fue hecho desde la perspectiva de los ideales, propio de todo enseñanza-aprendizaje y, por lo tanto, alejado de la realidad concreta. Además, este creador-aprendiz, no tiene todavía la responsabilidad de ganarse la vida que tendrá al egresar. Ya egresado, deberá ganar dinero para vivir y, sobre todo, para producir sus obras, darlas a conocer y poder venderlas. Para realizar esto ha de buscar ocupaciones afines, como la enseñanza, y luchar con el mercado de prestigios y el comercio del arte, con el objeto de participar en ambos. Esto constituye la prueba de fuego del creador nuevo; él va a encarar éxitos y fracasos, obstáculos y persuasiones, para superarlos y continuar sus búsquedas. Él entra en conflicto consigo mismo y con sus proyectos e ideales.

Muchos de los grandes artistas a través de la historia, comenzaron con inconformidades en cuanto a ciertos aspectos de las obras de otros artistas afines y admirados. Cada concepción-ejecución constituye un proceso diferente, de querer distinto al poder, las intenciones a los resultados, la subjetividad a la objetividad, en que muy poco es previsible y el artista-creador es el primer sorprendido de los resultados que va obteniendo.

Toda carga emocional influirá en el artista-creador, bien para seguir ciertas tradiciones artísticas o bien para adoptar postura radicales o de ruptura, con las tradicionales y con la sociedad que lo rodea.

En cuanto a los receptores o espectadores de las obras artísticas, existen varios tipos de público:

1).-Aficionados al arte: conocen las reglas del juego artístico y son capaces de coincidir con el autor en varios aspectos.
2).-El público general o el neófito: es la excepción; son aquellos que lo mismo van a ver un partido de futbol, que un museo, una galería de arte, un concierto sinfónico, un ballet, etcétera.
3).-Profesionales: artistas-creadores que traducen las innovaciones de las obras de sus colegas en otras innovaciones, para retroalimentar su creación.

El arte en los albores del siglo XXI


Giráldez Andrea.
La competencia cultural y artística,
Alianza Editorial, 2007, Págs. 36-41


El reciente cambio de siglo ha dado pié a replantearse, desde muy diversos ámbitos, el estado actual del arte y a imaginar los desarrollo que éste podrá tener en un futuro más o menos próximo. Varios indicios avalan la hipótesis de que, desde hace más de tres décadas, hemos entrado en una nueva época en la que la modernidad, en su doble acepción de fenómeno artístico y periodo de la cultura occidental, ha dado paso a la cultura postmoderna. La descripción de la comunidad de artistas profesionales realizada por Kim Levin (1988) a finales de la década de 1970 es clara en éste sentido:


Había ocurrido algo tan importante que fue ignorado con incredulidad: la modernidad se había quedado sin estilo. Incluso parecía que la misma idea de estilo se hubiese desgastado, pero sucedía que el estilo –la invención de conjuntos de formas- era precisamente una inquietud propia de la modernidad, al igual que la originalidad. A principios de los años setenta los críticos y artistas modernos prodigaban predicciones funestas acerca de la muerte del arte. Pero en ese momento era obvio que lo que se terminaba no era el arte sino una época.

Esta descripción coincide con la aparición de las distintas corrientes del movimiento postmoderno que comparten la idea de que la renovación radical y lineal de las formas tradicionales del arte impulsada por el proyecto modernista e inviable en la sociedad actual. La sucesión de nuevos estilos, la larga serie de –ismos-, desde el impresionismo o el cubismo hasta el minimalismo. Que solía interpretarse como una prueba del avance progresivo del arte, ha sido cuestionada.

Frente a la búsqueda de un estilo universal, en la que estuvo embarcada la modernidad, los estilos postmodernos son plurales, incluso eclécticos y susceptibles de múltiples lecturas e interpretaciones. El pluralismo extremo del arte actual parece sugerir que el presente no tiene realmente un lenguaje común, sino un inmenso depósito de posibilidades estilísticas y técnicas que los artistas pueden combinar de distintas maneras. Así, el arte de nuestra época no puede enmarcarse dentro de un estilo concreto, sino que debe ser entendido como una especie de –arte global- que puede abarcar tanto las posibilidades estilísticas y técnicas que han existido a lo largo de la historia como las que coexisten en la actualidad.

El análisis que hace Robert Morgan (1994, p. 508) del pluralismo en la música del siglo XX bien puede extenderse a otras expresiones artísticas y servir para ilustrar esta idea. Según Morgan,


(…) tenemos una enorme extensión de subculturas que interactúan y se influyen mutuamente de diferentes maneras pero que sin embargo, permanecen lo suficientemente autónomas como para permitir un desarrollo independiente. Cada una de estas subculturas tiene su propio y especial público al que abastece y del que depende su existencia y crecimiento continuo y cada una tiene también su propio sistema de comunicaciones (…) algunas (…) pueden ser efímeras y disfrutan de un breve periodo de intensa revelación para después caer en el anonimato; otras (…) pueden llegar a disfrutar de extensos periodos de vida sin mostrar ningún signo de debilidad. Algunas son relativamente pequeñas, interesando a grupos muy especializados, mientras que otras abarcan a grandes segmentos de la población. Pero el hecho más sorprendente es que todas ellas parecen capaces de coexistir, generalmente de una forma más o menos pacífica, sin que exista ningún grupo que represente un consenso verdadero y sin que el influjo de uno de ellos, en un momento dado, afecte necesariamente a la salud de otros.

Este pluralismo que caracteriza al arte actual, además de responder a un marcado interés por la integración del pasado y el presente, denota un mayor respeto por la diversidad y enlaza con una visión postmoderna de la cultura condicionada por la idea de que cualquier producción artística debe ser entendida en el contexto de su cultura de origen.


Los postmodernos cuestionan la distinción entre cultura elevada y la cultura en su conjunto y sostienen que su clasificación como producción de tipo popular y étnico por un lado y bellas artes por el otro es falaz en el contexto actual de una sociedad global. (…) La cultura popular, tan denostada por la crítica moderna, adquiere otro rango en la postmodernidad, al reconocerse su valor central en el ámbito de la vida cotidiana.
Efland, Freedman y Sturhr, 2003. Pp. 70-73.

Los impactos de la globalización, el desarrollo tecnológico y la mundialización cultural también han ocupado un en el análisis del arte y las teorías estéticas más recientes. Desde esta perspectiva ha cobrado fuerza la polémica entre arte y mercado, sociedad de consumo y gusto estético. El crecimiento acelerado de la cultura de masas, cuyos orígenes están íntimamente ligados a la cultura juvenil de los años setenta y a su ruptura con los valores tradicionales, ha provocado un malestar cultural. Fajardo (2001 p. 6) se refiere a este hecho al afirmar que:


Anonimato, soledad, extrañamiento, masificación y homogeneización de gustos y actitudes han llevado a los intelectuales a enfrentarse con la cultura de masas, ya que ésta desplaza y desarticula su noción de élite privilegiada. (…) La repulsión frente al arte masivo, el –mal gusto-y el kitsch, se observa en las reflexiones que sobre la industria cultural realizó la Escuela de Frankfurt, especialmente Adorno y Horkheimer, origen de infinidad de posiciones teóricas e ideológicas al respecto. –Cultura de mercado- versus –cultura erudita-; -cultura d masas- versus –cultura culta-. La discusión sobre cuál es el –verdadero-arte, si el promovido por las industrias culturales o el elaborado con la autenticidad de la individualidad creadora, ha sido una de las grandes preocupaciones en las estéticas modernas y sigue atormentando a los postmodernos.

Sin embargo, el mismo arte elevado ha terminado por convertirse, en cierto sentido, en una mercancía y una industria. Los primeros movimientos postmodernos en olas artes visuales, como el Pop Art o el minimalismo, fueron, quizá, un antecedente del proceso que llevó a borrar las fronteras entre arte de élite y arte de masas. Desde entonces, en michos casos, ha sido el mercado el que las ha unido tratando a sus productos como mercancías. En muchas ocasiones el valor del arte queda subsumido en el valor económico y se considera que el arte vale en la medida en que contribuye a la economía. La compra de obras artísticas se extiende como mercado en una población cada vez más amplia mediante la promoción de objetos artísticos -al alcance del bolsillo-. Ante esta realidad, el debate se centra en aclarar si las industrias culturales masivas -privan a la sociedad de pulsiones críticas, generando la banalidad y la trivialidad de los gustos, o más bien abren fronteras, llenan al mundo de una cultura más democrática y asequible a todo el público- (Fajardo, op. cit., p. 6)

En este contexto, es fácil ver que el arte actual ha dejado de estar ligado a las ideas de progreso y a las utopías que, desde la modernidad, impulsaron en su momento una verdadera revolución social. Entre las artes queda algo de las antiguas vanguardias. Las artes siguen siendo creadoras de lenguajes simbólicos que, en mayor o menor medida, difieren de lo ofertado en ciertos productos artísticos más apreciados y deseados por el público. No obstante, tampoco podemos negar que las artes plásticas, la música, el teatro, la literatura o el cine, entre otras expresiones artísticas, han optado por superar las estéticas de la modernidad, apostando por una desacralización de lo que, desde el punto de vista de la estética, podría considerarse como sublime

Cultura


Álvarez Lloveras Guadalupe
Apreciación Artística, IPN
P. 20-22




Cultura tiene su origen en el latín y quiere decir cultivo, cultivar. Ha sufrido una serie de transformaciones y es a partir del último cuarto del siglo XIX en que se relaciona con el concepto de civilización.

Actualmente se entiende por cultura al producto de la actividad social de los seres humanos; incluye los comportamientos, actitudes, creencias, conocimientos , costumbres y otras capacidades no heredadas genéticamente, sino adquiridas por los individuos como miembros de una sociedad. La cultura también incluye aquellos objetos, medios de subsistencia, leyes y arte producidos por las personas como resultado de su vida social y de la transformación de la naturaleza que los rodea.

Los justificadores ético-políticos…son los que moralizan y sentimentalizan cualquier postulado intelectual y tienen aplicación en todo. No solamente los justifican, sino también los moralizan. Se trata de procesos ideológicos, por estar relacionados a las ideologías dominantes. Estos justificadores contraponen sentimientos ético – políticos que reprimen los sentimientos ante cualquier fundamentación racional.

Al parecer, en la sensibilidad de los individuos se entrecruzan en constante interdependencia e interacción, las cuestiones sentimentales, la estética y las morales. En este entrecruzamiento son decisivos los justificadores ético – políticos, que van a dar lugar entre otras, a la cultura oficial y a la popular.


Oficial quiere decir que emana de la autoridad constituida. Así como existe una llamada historia oficial”, la cual es un instrumento de la clase dirigente para mantener su poder y así el aparato del Estado trata de controlar el pasado al nivel de la política práctica y al nivel de la ideología. También existe una cultura oficial” en la cual las clases dirigentes y el poder del Estado suelen apelar a la tradición y a las manifestaciones culturales como fundamento de su dominación.

La cultura oficial rescata también los sentimientos nacionalistas, el nacionalismo como forma ideológica une a los individuos y a la vez distorsiona la realidad colectiva. Como ética política, demanda privilegiar a los beneficios nacionales en lugar de cualesquiera otros. Como sentimiento, es el apasionamiento por el lugar donde se nace.

El sentimiento nacionalista puede ser excitado por cualquier finalidad, cuando se afirma que tal obra o tendencia artística beneficia al país o lo deteriora. Si lo beneficia siempre despertará simpatías, sin importar si le entendemos o no. So los mecanismos de la represión sentimental, en que la identidad nacional se ha convertido en la mejor carnada para despertar sentimientos nacionalistas. Además se puede utilizar el nacionalismo para aceptar lo foráneo. Solo hay que decir que beneficia al país.

Popular quiere decir relativo al pueblo. La cultura popular trata de justificar los bienes estéticos y les atribuye beneficios populares o fácilmente descifrables. Recurre también a la promesa de popularizar a las artes, como si todo fuese cuestión de producir obras de lectura fácil y de transportarlas a lo sectores populares. Esta promesa fue y es incumplible: lo único popularizable es la educación artística para que cada quién elija el arte de su gusto. Siempre será una minoría el público de cada arte, por que las artes son muchas y los individuos no son capaces de abarcarlas todas con igual preparación. La enseñanza populista favorece a las obras de arte conservadoras, en nombre del pueblo. En realidad, el valor de un bien cultural no reside en su lectura fácil, sino en si favorece o no a los intereses populares.

Se le llama contracultura a una subcultura que se rebela en contra de las instituciones, costumbres jerarquías, tradiciones y valores de la sociedad existente.

miércoles, 26 de agosto de 2009

El Concepto de Cultura

Giraldéz Andrea
La competencia cultural y artística
Alianza Editorial, págs. 33-35

La noción de Cultura es ciertamente vaga y confusa. En un sentido sociológico amplio, puede entenderse como el conjunto de formas de vida y expresiones de una sociedad determinada que incluiría -los conocimientos, las creencias, el arte, la moral, las leyes, las costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de una sociedad- (Tylor, 1871) También puede entenderse como todo aquello que el hombre ha sumado a la naturaleza, es decir, todas las creaciones humanas que se manifiestan en las obras de arte, las comidas, las vestimentas, las construcciones arquitectónicas, etc. En otras palabras, la cultura puede definirse como el conjunto de razgos distintivos y de creaciones que caracterizan a una sociedad o grupo social. Desde este punto de vista, su importancia radica en que a través de ella el ser humano puede expresarse y tomar conciencia de sí mismo, ya que, como se afirma en la =Declaración de México sobre políticas culturales= de la UNESCO (1982):

{...} la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.

Etimológicamente, la palabra cultura proviene del latín cultura, que significa -cultivar-. En español, según Corominas (1991), la palabra cultura está documentada desde 1515 y, aunque no lo dice expresamente, es de suponer que significaba -cultivo de la tierra-. Con el tiempo, este significado ligado a la tierra y al mundo doméstico se fué desplazando a otro tipo de cultivos y, por extensión, se comenzó a utilizar metafóricamente asociada al cultivo del espíritu humano, de las facultades intelectuales del individuo, de la conciencia racional en sus variantes científica y tecnológica, y especialmente al desarrollo de las artes. En esta acepción, que proviene de la concepción humanística decimonónica de la cultura y que aún hoy se conserva en el lenguaje común, el término se identifica con erudición, de modo tal que una persona -culta- es aquella que posee conocimientos en los más diversos ámbitos del saber o se usa para dar a entender que las personas conocedoras de las -bellas- artes, la música -seria- y la -gran- literatura son -cultas-, asumiendo que habría distintas categorías que nos llevarían hasta los -incultos- o carentes de cultura.

Sin embargo, si atendemos a algunas de las definiciones del término en las corrientes teóricas de la sociología y la antropología contemporáneas, comprobamos que la cultura se entiende en un sentido más amplio y vinculado a lo social que, incluyendo a las artes y las ciencias, no se limita a ellas, lo que nos lleva a definirla como el conjunto de valores que comparten los miembros de una sociedad, las normas que pactan y los bienes materiales que producen, ya sean estos artísticos, científicos, económicos o de cualquier otra índole (Giddens, 1989), Desde esta perspectiva podemos afirmar que la cultura no es, entonces, algo que se tiene o de lo que se carece, sino que es una producción colectiva, y esa producción constituye un universo de significados que se transmite y transforma d generación en generación. En este sentido, el término denota una idea mucho más respetuosa para con lo seres humanos, ya que elimina la distinción entre personas -cultas- e -incultas- heredada del romanticismo y la discriminación de pueblos considerados (especialmente desde el llamado primer mundo) inferiores, solo por el hecho de tener una cultura diferente.